¿Cuál será esa necesidad de crecer, ser un adulto y madurar?
¿Qué significa “madurar”? ¿Qué significa ser un niño y ser un adulto? ¿Alguna
vez nos han dicho que somos demasiados infantiles?
¿Cómo te das cuenta que ya eres un adulto? ¿El vello púbico,
las facciones, la estatura, tu masa muscular, la grasa acumulada, el cabello
grueso, la barba y bigote, las pestañas largas y el delineado?
¿Es tan malo ser un niño?
¿Es tan bueno ser un adulto?
Cuando me di cuenta que dejé de ser un niño fue cuando los
colores se unificaban y dejaban de ser tan vívidos. Fue cuando obligaba salir a
la nostalgia y las mismas cosas que me enloquecían 4 años atrás ya no me hacían
gracia más. Mi ropa no era la misma, me importaba si me combinaba la ropa y si
mi cabello se veía bien. Un día volví a tronar y me di cuenta que mis aficiones
eran distintas. Antes leer era una obligación, ahora era una opción, y después
se volvió una ‘incondición’. Descubrí la música oculta bajo mis huesos y las
personas eran muy diferentes desde mis ojos, todas ellas eran vistas como
iguales o diferentes. Iguales o diferentes.
Tal vez mi juventud fue diferente a como debió ser. Veía las películas y yo
quería divertirme con los amigos en una fiesta, besar a la protagonista,
distinguirme por ser genial, ser el alfa; quería ser el héroe, el obscuro, la
flor dentro de un capullo que despertara de manera gris entre los arcoíris. No
pude ser ninguna. Tuve ideales y tengo razones para dejar de creerlos. Tuve
ideales y no tuve una realidad. Mi mundo era el que ustedes conocen como “infantil”,
lleno de aspiraciones, fantasías, valentía y sin miedo a nada. Ahora de adulto
tengo más miedo que nunca.
Ya no es el miedo a sacar malas calificaciones, a los compañeros
de escuela que llegaran a golpearme, a mi mamá que me regañaba por reprobar o
por no sacar mi ropa de mi cuarto; ahora todo se magnificaba y todo se
convirtió en un Miedo mayúsculo. Miedo a perder mi trabajo, miedo a no
encontrar trabajo, miedo a no dormir, miedo a despertar, miedo a combatir,
miedo a no juzgar, miedo a no consumir, miedo a construir, miedo a no
construir, miedo a soltar mi niñez, miedo a descubrir la verdad, miedo a Dios,
miedo al rechazo, miedo a la violencia, a los asaltantes, a otros seres humanos,
miedo a quedarme dormido y llegar tarde, miedo a equivocarme, a conquistar el
mundo…
Ser adulto es más fácil que ser niño porque tienes todo más
claro. Al menos ahora sabes qué quieres hacer y si hay tiempo para ello, y
sabes qué corresponde a qué en cada cosa. Al menos ahora puedes realizar todo aquello que siempre quisiste realizar. Al menos la gente cree que por ser
adulto no te vas a equivocar. Se equivocan.
A veces veo a la gente como otros entes casi inertes, como
extras en una película, como los NPCs en un videojuego (los personajes que nada
más están por estar), muñecos de Playmobil que sólo contienen un solo gesto y
que sólo están parados ahí sin acercarse, esperando a que tú te acerques.
Todos, desde niños hasta abuelos, te miran como un adulto: el ser que nunca puede
equivocarse. Todos los adultos se equivocan, pero ninguno tiene el valor de
admitir sus errores, son más cobardes que el niño que miente para ocultar su
pequeño crimen; una vez mentiroso, siempre mentiroso; jamás tiene una
oportunidad ante otros humanos de reivindicarse o recobrar la confianza. Nunca
cometas un error, adulto, porque será una montaña en tu espalda. Pocos son los
que te ayudan a quitarte esa montaña, piedra por piedra, hasta sanarte; pero
toda la vida habrá quienes te coloquen tantas piedras al mismo tiempo que
apenas y te acordarás que esa montaña está ahí, y habrá quienes hasta le pongan
nieve y árboles, esquiadores y hasta casas para albergar todos tus miedos; ida
y vuelta vienen y van, de tu cabeza a tu espalda, y a la gente no le importa.
Hay pocos con los que puedas contar, y son menos los que saben cómo quitarnos
esa montaña de encima que poco a poco se convierte en una cripta con nuestros
nombres, nuestras fechas de nacimiento, nuestras fechas de defunción, una
pálida cruz y un opcional epitafio con alguna leyenda que a nadie le pudo
importar mientras estabas con vida.
¿Qué significó ser adulto, al final? ¿Una sombra que te
persigue para ahogarte en sus mares de sangre? No. Ser adulto debería ser vivir
con sabiduría y sin miedos, ser fuertes sin preocuparnos por el desgraciado
abismo que todo el tiempo se nos presenta; un verdadero adulto debería infundir
valentía, coraje y sabiduría a los que todavía no lo son y a otros adultos que
padecen del síndrome de Miedo; ser adulto no significa hacerle ver a otros
congéneres su debilidad frente al mundo, su fragilidad y sus incertidumbres
recordándole sus defectos para que “pueda superarlos”. Eso es inútil. Se
equivocan los que lo hacen. Ser adulto debería ser la etapa de la vida en la
que despertemos del sueño y cumplamos las fantasías más descabelladas y
surrealistas que existan, no para en el inconsciente, ocultos para siempre,
todos los misterios que jamás resolvimos, y sepultar en el olvido todo eso que
por miedo jamás nos atrevimos a hacer.
Acabo de cumplir 23 años. Hace tiempo que dejé de ser un
niño. Mi estilo de vida sigue siendo el de un huevo. Pero soy un adulto porque
sé que hoy me desperté con ganas de ser un adulto, como yo quiero ser, no como
otros quieran que sea. No quisiera despertarme al año siguiente, mucho menos en
7 ó 17 años, sintiendo y pensando todavía que no he hecho nada de mi vida.
Muchos tienen una misión y la cumplen, ¿por qué yo no? Y muchos padecen del
síndrome de Miedo porque prefieren soñar en vez de actuar, y muchos prefieren
fingir ser adultos que ser adultos. Hay una gran diferencia entre estas dos
últimas, una muy grande. Los niños crecen queriendo ser adultos y muchos de
ellos se van decepcionando en el camino, y los que quedan intactos, los pocos
que quedan intactos, los que saben que hay que morir para ser inmortales,
revivir para salvar al mundo, y vivir de nuevo para cosechar tus jardines, son
los que a menudo son dueños del mundo y los que a menudo nos ponen a viajar, a
soñar, los que nos hacen sentir libres en 3:28 que dura una canción; si te
atreves a ser adulto puedes sentirte orgulloso de tener en tus manos el futuro
del mundo, aprovéchalo. Nunca dejes de ser niño, nunca dejes de soñar, pero
recuerda siempre despertar y poner manos a la obra, adulto, águila o jaguar, y
recordar que lo que has aprendido en el camino no es un flagelo ni es un
domador, es un camino de experiencias y cicatrices que formaron la escultura
sólida e indestructible que eres ahora o en un futuro.
"Soy un niño", Javier Corcobado:
"... y los versos que parecen muertos en tus labios pueden florecer"